El incidente
—¿Estás huyendo de mí? —preguntó con sorna Tomás, que encontró a Katy antes que ella a su amiga.
—No —sonrió—. Estoy buscando a Mirella.
—Déjalos, mujer, que seguro que se están divirtiendo. ¿Tú no quieres pasártelo bien? —dibujó una medio sonrisa llena de intenciones.
—Sí, en cuanto llegue a casa con mi chico —le guiñó un ojo en señal de cierta complicidad.
—¿Y a qué se deben esas repentinas ganas de estar con él? —soltó con malicia.
—Te digo lo mismo que le he dicho a tu amigo antes. Creo que estás perdiendo el tiempo. Lucas al menos ha sido más listo.
—¿Qué quieres decir?
—Pues que al final me ha hecho caso, ha pasado de mí y ahora se está liando con Mirella —le sacó la lengua.
—Perdona, pero yo no me conformo con segundos platos… —provocó nuevas risas femeninas.
—Pues es una lástima porque… ¿sabes qué? Creo que Lucas hubiera tenido más posibilidades conmigo… —bromeó, provocándole.
—¿Y se puede saber qué tiene él que no tenga yo…? —gesticuló con cierto disimulo para mostrar su hercúleo bíceps.
—No sé… me ha parecido guapo y en general un chico bastante interesante… —medio sonrió con picardía.
—¿Un chico bastante interesante? ¿Qué mierda es esa? —se hizo el ofendido.
—A ver, no creo que él sea un superdotado, pero…
—Nena, aquí el que está bien dotado ya te aseguro que no es él…
Tomás se separó ligeramente de Katy para dejarle ver cómo se agarraba la entrepierna en un gesto que intentó que no pareciera demasiado soez. A Katy se le notó la impresión y el deseo que le provocaba.
—¡Que no me refería a eso, tonto! —rio, procurando no darle mayor importancia, pero esta vez sin poder evitar fijarse en lo que ahora el muchacho le mostraba descaradamente, un bulto que parecía de un tamaño bastante considerable.
—¿¡Se puede saber qué mierda haces!? —apareció Roberto como de la nada, entre el gentío, gritando y malhumorado.
Katy se sorprendió al ver a su chico, pues no tenía ni idea de que estaban en la misma discoteca, y apartó rápidamente la mirada del paquete del niñato. Aunque no había pasado absolutamente nada, sabía lo celoso que podía llegar a ponerse y se temió lo peor.
—¡Roberto! —intentó disuadirlo, pero no pudo evitar que se fuera directo a por el veinteañero.
—¿¡Qué te pasa imbécil!? —gritó Tomás, estirando los brazos para quitarse de encima al hombre que lo acosaba.
A Katy le dio un vuelco el corazón. Aunque tan solo duró unos segundos, ella pareció verlo todo a cámara lenta. Su corpulento novio, que parecía un juguete frente al enorme Tomás, salió despedido hacia atrás incluso con más ímpetu de la que había traído, cayendo ridículamente de culo. Pero el hombre no se quedó ahí, abalanzándose sobre el desvalido hombre que lo único que hizo fue taparse el rostro por temor al puñetazo que se avecinaba.
—¡Ya! —gritó ella, desesperada.
Mas no fueron sus quejas las que detuvieron a Tomás, al que hizo falta nada más y nada menos que cuatro fornidos miembros de seguridad para poder contenerlo después de que hubiera asestado un par o tres de buenos golpes al pobre que yacía en el suelo. Por momentos el veinteañero se había convertido en una imparable bestia brutal, con los ojos inyectados en sangre, en busca de su acobardado adversario, al que parecía querer matar.
Otro encargado del local fue el que ayudó a levantarse al escarnecido Roberto, que temblaba de los pies a la cabeza.
—¿Estás bien, cariño? —se interesó por su novio.
—Sí, el imbécil ese te… te estaba mo… lestando… —tartamudeó ligeramente, intentando aparentar una hombría que era evidente que había perdido por completo.
—Perdón, pero nos lo tenemos que llevar —la apartó el de seguridad.
—¡Voy a buscar a Mirella y nos vemos ahora! —gritó, observando a Roberto, cabizbajo, siendo acompañado hacia la salida.
Desviando la mirada hacia el fondo, Katy divisó al muchacho que acababa de humillar a su chico. La cabeza de Tomás, al que también estaban expulsando de la discoteca, sobresalía claramente por encima del resto.
El coche
—Para, para, para… —Mirella detuvo a Lucas, sujetándolo por el antebrazo cuando la mano del chico ya se colaba dentro de las bragas, acariciándole el pubis rasurado—. Como sigas por ahí no sé cómo va a acabar esto…
—¿Te lo tengo que explicar? —la hizo reír.
—Uf —suspiró—. Me tienes a puntito, pero no puedo dejar tirada a mi amiga.
—Pasa de ella. Seguro que está entretenida con Tomás. Es muy insistente —rio.
—Lo dudo. Te aseguro que tu amigo no tiene nada que hacer con Katy.
—Te propongo algo… no muy lejos de aquí tenemos unos amigos que están de fiesta en una casa privada. ¿Qué te parece si nos unimos? Vienen tu amiga y tú. Y así tú y yo podemos acabar esto —concluyó mordiéndole el labio inferior a Mirella y volviendo a sobarle el pecho que ya estaba medio fuera del sostén debido a las recientes atenciones, haciéndola gemir una vez más.
—Está bien. Quiero ir a esa casa contigo. Vamos a buscar a Katy.
Mas la novia de Roberto ya no estaba para mucha fiesta debido al disgusto por la reciente pelea entre Tomás y su chico.
—¿Pero has quedado con él aquí? —se interesó Mirella, ya fuera de la discoteca, al ver que su amiga no era capaz de encontrar a su pareja.
—No me ha dado tiempo, se lo han llevado en seguida. Me ha mandado un mensaje confirmando que está bien, pero ahora no contesta.
—Ya estará en otro sitio con los colegas, mujer —intervino Lucas—. Cuando sucede algo así es mejor no quedarse rondando por las cercanías por lo que pueda pasar…
—Tal vez tengas razón —pareció calmarse.
—Seguro, Katy. Pero si te vas a quedar más tranquila yendo para casa, nos vamos.
—Me sabría fatal fastidiarte la noche —miró a Lucas disimuladamente, sabedora de las intenciones de su amiga.
El veinteañero, atento, aprovechó la ocasión para devolverle la mirada, dándole un evidente repaso de arriba a abajo bastante descarado mientras perfilaba una sonrisa maliciosa, provocando que Katy retirara el gesto, ligeramente cohibida.
—El hijo de puta de Tomás también ha desaparecido —soltó finalmente—, así que me temo que yo sí que me quedo tirado…
Mirella miró a su amigo y luego desvió la mirada hacia su amiga, guardando silencio, como esperando su favor.
—Está bien —intervino la morena con resignación—, si quieren nos pasamos un rato por esa fiesta…
—¡Fantástico! —soltaron Mirella y Lucas al unísono, agarrándose por la cintura para comenzar a caminar hacia el coche mientras Katy volvía a revisar el Whatsapp.
Una vez en el vehículo, sentado en el asiento del copiloto, el joven sorprendió a las dos mujeres ofreciéndoles unos gramos de cocaína antes de que la de pelo castaño tuviera tiempo de arrancar el motor.
—Tres, ¿no? —les sonrió mientras comenzaba a preparar las rayas.
Aunque ninguna de las dos treintañeras se metía de forma habitual, no sería la primera vez que consumían. Mirella, de subidón por lo bien que se lo estaba pasando con Lucas, aceptó la droga. Katy, sin embargo, aún alterada por lo sucedido, declinó la oferta.
—¡Vamos, morenaza! —se quejó el chico—. No vas a ser la única que no pruebe esto… —y de repente se agachó para esnifar su clencha.
—¡Anímate! —intervino Mirella, preparándose para meterse lo que Lucas le acaba de pasar—. Sabes que si pruebas una rayita de estas se te va a quitar el disgusto… —sonrió, logrando que su amiga relajara el gesto.
—Al final vas a conseguir que me porte mal… —bromeó.
—Vamos, que me voy ahí detrás contigo y te la preparo —soltó Lucas.
—No te… —pero no le dio tiempo a terminar la frase cuando el muchacho salió del coche, rodeándolo—. Como Roberto se entere… —concluyó en voz baja, antes de que Lucas llegara a sentarse junto a ella.
Sin muchas ganas, aunque finalmente convencida de que le vendría bien para olvidarse de lo sucedido, Katy acabó aceptando la ofrenda del joven. Con la clencha ya preparada frente a ella, dobló el torso, acercando el rostro a la raya de farlopa. Situó el pequeño orificio nasal sobre uno de los extremos de la línea blanca y aspiró, deslizando la cabeza hacia la otra punta a medida que sentía el inconfundible cosquilleo del polvo recorriendo su delicado tabique.
—¡Arranca! —gritó Lucas mientras la morena alzaba la cabeza y se restregaba la nariz con la mano procurando matar los remanentes del picor producido por el reciente tiro.
—¡Guau! —aulló la conductora, comenzando a sentir los primeros síntomas de euforia.
Katy soltó un leve suspiro mientras a su mente acudían agradables recuerdos del pasado que le dibujaron una incipiente sonrisa, iluminándole el rostro. No tardaría demasiado en dejar de darle importancia a la pelea en la que había presenciado cómo pegaban a su chico.
—¡Idiota! —Mirella llamó la atención de Lucas—. Al final te has quedado detrás.
Los tres rieron.
—¿Me echas de menos? —bromeó él.
—Un poco.
Lucas se inclinó hacia delante, rodeando el asiento del conductor con el brazo para acariciar uno de los pechos de Mirella, haciéndola gemir levemente.
—Calmense un poco, ¿no? —se quejó Katy jocosamente.
—¿Te molesta? —le preguntó el veinteañero, girando el rostro hacia atrás para sonreírle con cierta malicia.
—La verdad es que no —esta vez le aguantó la mirada, más desinhibida.
—Para ti también tengo… —murmuró Lucas lo suficientemente bajo para evitar que su rollete se enterara.
Sin dejar de magrear a Mirella, estiró el otro brazo para acariciar la rodilla desnuda de Katy que, con una sonrisa traviesa, movió la pierna, sorteando el contacto que duró tan solo unos breves segundos.
—No seas malo —vocalizó sin emitir sonido alguno.
El veinteañero sonrió a la novia de Roberto mientras presionaba ligeramente el endurecido pezón de la conductora, provocando que diera un volantazo.
—¡Lucas! —se quejó.
—¡Que nos vas a matar! —gritó Katy, sonriente, viendo como el chico se separaba de su amiga.
—A ti sí que te mataba yo esta noche —le susurró a la buena, volviendo a sentarse junto a ella—, pero de placer si me dejaras.
—Más quisieras…
—Dejen de cuchichear —se quejó Mirella vagamente—. Y dime por dónde voy.
Mientras Lucas volvía a inclinarse hacia delante para darle las pertinentes instrucciones a la conductora, dejó un brazo atrás, estirándolo a ciegas para jugar a buscar el contacto con Katy nuevamente. Cuando alcanzó la pierna, la novia de Roberto volvió a sonreír, adulada por las intenciones del veinteañero y, haciéndose la tonta, esta vez permitió un poco de roce con su rodilla, pues no lo consideró demasiado descarado. Él aprovechó para mover su mano lentamente, pasando los dedos sobre la erizada piel femenina hasta comenzar a acariciar la parte baja de uno de los muslos. Aunque lo hacía con sutileza, la morena consideró que el chico estaba empezando a sobrepasarse y, divertida con la situación, acució aún más la sonrisa antes de retirarse dándole un manotazo a la traviesa mano masculina.
—¡Lucas! —le recriminó en voz baja.
—No mires… —vocalizó él jocosamente sin emitir sonido alguno, recuperando nuevamente el sitio junto a su acompañante en la parte de atrás mientras se tapaba la entrepierna para ocultar su evidente erección.
—¿Eso es por culpa de Mirella? —susurró Katy, aguantándose la risa.
—Sabes que no, preciosa.
La morena no pudo ocultar una sonrisa nerviosa, comenzando a arrepentirse de haber aceptado ir a la fiesta. Olvidado lo sucedido con Roberto, el tonteo con el niñato la estaba volviendo a poner un poco a tono. Por supuesto no era nada incontrolable, pero pensó que si hubieran decidido marcharse probablemente ya estarían a punto de quitarle cualquier tipo de calentón. Sin embargo, ahora tenía ganas de marcha por culpa de la cocaína. Se sentía desinhibida, con una cierta sensación de entusiasmo y se convenció de que, cuando se metiera en la cama junto a su chico, lo haría bastante cachonda.
La casa
El adosado donde se celebraba la fiesta constaba de dos plantas. Arriba estaban las habitaciones, una de las cuales tenía su propio lavabo, y en el piso inferior se distribuían el salón, la cocina y el otro cuarto de baño. No parecía haber mucho ambiente, pues desde la calle no se oía nada, ni siquiera un poco de música.
—Chicos, vayan entrando si quieren que voy a probar de llamar a Roberto una vez más —indicó Katy.
—Está bien. Te esperamos dentro —contestó Mirella.
Pero el novio seguía sin coger el teléfono. La morena volvió a leer una vez más el mensaje en el que Roberto confirmaba que se encontraba bien y decidió no darle más vueltas. Se dispuso a acceder a la casa.
Mirella y Lucas habían dejado la puerta abierta, aunque no parecía haber rastro de ellos. Miró las escaleras que daban al piso de arriba, pero no vio luz, así que se adentró en el pasillo, dirigiéndose hacia el fondo, donde se escuchaba bastante bullicio. Dejó atrás un par de puertas y abrió la última de todas.
—¡Mierda! —soltó Katy en voz baja al abrir la puerta del salón y encontrarse con una chica, desnuda de cintura para abajo, sentada en una silla y cinco tíos alrededor, haciendo cachondeo sin parar de reír y gritar.
Los jóvenes estaban tan absortos en su particular fiesta que ni siquiera se percataron de la nueva presencia femenina, que instintivamente dio un paso atrás, procurando ocultarse en las sombras del pasillo.
Inconscientemente, Katy se fijó en el buen cuerpo del chico más cercano que, sin camiseta, de pie y dándole la espalda, exhibía su dorso completamente fibrado. Sospechó lo que debía estar a punto de ocurrir y, algo más calmada tras el estado de shock inicial, no pudo evitar comenzar a imaginar lo que debía estar sintiendo la joven desconocida rodeada de tanto hombre para ella sola. Esos perversos pensamientos consiguieron revitalizar el agradable picorcillo que la acompañaba desde la discoteca, reblandeciéndole un poquito más la entrepierna.
A pesar de haberse figurado que pasaría algo del estilo, la morena se quedó petrificada al ver cómo el descamisado tío bueno se arrodillaba frente a la muchacha mientras ésta se abría de piernas para él.
—¡Puedo hacerlo! —exclamó el chaval antes de agachar la cabeza y pasar la lengua a lo largo de la vagina, que parecía estar cubierta de un extraño color blanquecino.
—¡Mierda! —Katy ahogó un grito al descubrir a quién pertenecía esa voz.
De inmediato, un sentimiento de culpabilidad le hizo apartar la mirada rápidamente. La novia de Roberto, consciente de lo más que lubricaba que debía estar, se mordió un labio, tratando de olvidar la excitante imagen de su primo pequeño Esteban comiéndose la entrepierna de aquella desconocida.
—Creía que habías dicho que lo habías hecho antes —se quejó jocosamente uno de los otros chicos, alzándose de su asiento para conseguir desviar la atención de Katy y provocar que se percatara de que se trataba de Tomás, el imponente tiarrón de la discoteca que se había peleado con su novio hacía poco más de una hora.
—Lo he hecho antes —protestó Esteban mientras la muchacha se corría entre evidentes sollozos de placer—, ¡pero con una mujer de verdad! Esta cría no me sirve. Necesito un buen coño experimentado entre las piernas de una tía buena —provocó las risas del grupo de amigos.
—¡Pues parece que hay uno en el pasillo! —sonrió un muchacho de raza negra, mirando en dirección a Katy, revelándola.
—¡Prima! —exclamó el veinteañero al girarse, mostrando su evidente turbación por haber sido pillado engañando a María, su novia, con la que mantenía una relación formal desde hacía unos cuatro años.
En realidad Katy y Esteban no tenían demasiado trato, sobre todo debido a la diferencia de edad de más de un lustro. Únicamente coincidían en las reuniones familiares o alguna vez saliendo de fiesta, donde se saludaban y tal vez charlaban un poco, pero nada más.
A ella le caía bien María y no le gustó descubrir que él le estuviera poniendo los cuernos. Aunque le cogió completamente por sorpresa, en el fondo, tampoco le extrañó que pudiera serle infiel, pues debía reconocer que su primo no era precisamente un santo y poseía suficientes cualidades como para estar prácticamente con la mujer que quisiera.
—Espero no haberos asustado —reaccionó finalmente con algo de sarcasmo—, porque yo me he llevado un buen susto al veros —miró con cierto aire de reproche en dirección a la chica, que parecía estar algo traspuesta.
—¡Menuda sorpresa! —intervino Tomás, sonriente—. Pensé que ya no iba a volver a verte… —remarcó aún más la perversa mueca de satisfacción—. Así que resulta que eres la famosa prima de Esteban… —concluyó con una ligera entonación maliciosa, haciendo que no pasara desapercibido para Katy que al parecer era conocida entre los colegas de su primo pequeño.
—¡No tenía ni idea de que eran amigos! —se excusó ella.
—¿Se conocen? —inquirió Esteban, extrañado.
—Pues entonces yo creo que deberías presentarnos al resto —el negro dio un decidido paso al frente para plantarle dos besos a la treintañera—. Soy Amath.
—Ella es Katy —añadió el primo, encargándose de las presentaciones—. Veo que ya conoces a Tomás —miró a ambos con cierto aire inquisidor, como evaluando la situación—. Él es Néstor —señaló a un chico tímido y algo regordete—. Y por último, Salva —provocó la desencajada sonrisa de oreja a oreja que dejaba entrever que el postrero de los amigos era un auténtico salido.
—Encantada, chicos —sonrió la novia de Roberto, percatándose del furtivo repaso que Esteban le estaba dedicando tras la conclusión de las presentaciones.
No era la primera vez que pillaba a su primo pequeño mirándola de ese modo, pero nunca le había hecho mucho caso, más allá de sentirse ligeramente adulada. Y, aunque en esa ocasión tampoco fue diferente, lo cierto es que extrañamente le gustó algo más que de costumbre, supuso que debido a las excepcionales circunstancias, así que no le quiso dar mayor importancia.
—Y ella no sabemos ni cómo se llama —bromeó Amath, haciendo referencia a la joven que seguía sentada en la silla, totalmente colocada, provocando las multitudinarias carcajadas masculinas.
—Bueno, ¿y cómo has acabado aquí si puede saberse? —inquirió Tomás.
—¿No has visto a Lucas y mi amiga? —se extrañó Katy —. He llegado con ellos.
—¿Al final ha venido ese maldito cabronazo? —bromeó Amath.
—Por aquí no ha pasado nadie —añadió Néstor.
—Si está bien acompañado seguro que han ido arriba directamente, a las habitaciones —rio Salva traviesamente.
—Vale, chicos, pues siento haberos interrumpido —Katy volvió a observar a la muchacha y luego desvió la mirada hacia su primo—. Voy a ver si los encuentro y los dejo con su diversión —le reprendió de forma encubierta.
—¿Por qué no te quedas? La diversión acaba de empezar —propuso el negro, provocando el quejido de Esteban.
—Creo que es mejor que me vaya —concluyó Katy, de nuevo sonriente, dirigiéndose hacia el pasillo—. Ha sido un placer —se despidió definitivamente.
Mientras se alejaba, la novia de Roberto pudo escuchar los cuchicheos de los veinteañeros, piropeándola y culpando al primo de que no se quedara. Cuando alcanzó el pie de las escaleras, con cierta complacencia por lo que estaba oyendo, escuchó la respuesta de Esteban.
—¡Es mi prima! Conoce a María y no la quiero en nuestra fiesta. Y menos con esta puta rondando por aquí. ¿Está claro?
—Pero hombre —contestó Salva—, ¿tú la has visto? Podría ser nuestra próxima puta. Yo no pondría ningún reclamo —sonrió perversamente—. ¿Qué edad tiene?
—¡Demasiada mujer para ti, cerdo! —respondió Esteban, provocando las risas de Katy, que decidió empezar a subir las escaleras, cerciorando que quedarse abajo no habría sido conveniente.
La habitación
Ya en el piso de arriba, sabedora de lo que estarían haciendo Mirella y Lucas, Katy procuró buscar un cuarto vacío en el que esperar a que terminaran.
—¡Sí, uhm, joder! Eso es… ah… sigue… ¡Qué bueno, Lucas!
Tumbada en la cama, con los gemidos de fondo de su amiga procedentes de la habitación contigua, dándole vueltas a todo lo sucedido durante la noche, rememorando en su cabeza lo ocurrido en el piso de abajo y reteniendo la irreverente imagen de Esteban y sus cuatro amigos alrededor de la desvalida chica, volvió a sentir la necesidad de que Roberto le echara un buen polvo. Aunque no solía hacerlo muy habitualmente, por un momento se le ocurrió la posibilidad de empezar a jugar ella solita, planteándose muy seriamente la opción de colar una mano bajo la falda y llevarla a la entrepierna, cuando oyó cómo llamaban a la puerta.
—Adelante —contestó sin moverse del colchón.
Era Esteban, que asomó la cabeza antes de abrir la puerta del todo.
—¿Se puede? —preguntó, entrando y caminando hacia Katy—. Siento lo sucedido.
—No hay nada que lamentar, primo. Lógicamente no sabías que iba a aparecer por aquí y yo, la verdad, no me imaginaba que iba a encontrarme con este tipo de fiesta —respondió, incorporándose mientras él se sentaba en el borde de la cama.
Esteban seguía sin camiseta y Katy le echó un detenido vistazo. El veinteañero, estaba bastante fibrado y la imagen de su cuerpo desnudo seguía resultando más que agradable a los ojos de su prima mayor. El chico olía a alcohol y le brillaban los ojos.
—Que sepas que la hemos mandado a dormir a una de las habitaciones —afirmó Esteban, refiriéndose a la muchacha a la que le había practicado un cunnilingus.
—Vaya, pues lo siento si les corté el rollo —contestó con cierto desdén.
—De eso quería hablarte —aprovechó la ocasión, dibujando una pícara sonrisa—. Has sido una sorpresa muy agradable para mis amigos.
Katy sonrió, a la espera de lo que su primo tuviera que decirle, pensando que no había encauzado mal la conversación.
—Verás… los capullos quieren que bajes y te tomes algo con nosotros —dijo, alzando las cejas inquisitivamente y provocando las risas femeninas debido a su graciosa mueca.
—¡Menudo peligro tienen! —reaccionó, aún sonriente—. A ver, en principio parece una de esas propuestas que no se pueden rechazar —ironizó—. ¿Pero qué saco yo a cambio, primo? —entró al trapo, divertida con la proposición.
—¿¡Que qué sacas tú!? —simuló incredulidad—. Tienes la oportunidad de tomarte algo rodeada de unos cuantos tíos que estarán encantados con tu presencia —le guiñó un ojo con complicidad, avivando las carcajadas de la morena—. ¿Y todavía tienes la cara de preguntar que qué sacas tú? —continuó con el tono jocoso de la conversación, aprovechando para fijarse más detenidamente en el prominente busto que claramente insinuaba la ajustaba camiseta que se dejaba entrever bajo la americana de Katy.
—Vale, vale. Entonces no está mal el trato —concluyó sin dejar de reír.
—Por cierto, mis amigos están todos solteros —la puso sobre aviso mientras se ponía de pie para dirigirse hacia la puerta.
—¿Y eso qué más da? —se ofendió—. No me voy a dejar… —pensó unos segundos, pero no encontró otra palabra más fina para describirlo— follar por ninguno.
—Relájate, que solo era una advertencia —sonrió—. Aunque, lo que pasa en nuestras fiestas se queda en nuestras fiestas —soltó.
—Tranquilo, que yo no quiero líos —respondió Katy, captando el mensaje.
—¿No me vas a echar la bronca entonces?
—Claro que no. He de reconocer que no me ha gustado lo que ha pasado y que me sabe mal por María, pero es tu vida —respondió secamente—. Yo jamás le haría eso a Roberto —concluyó con firmeza.
—Lo sé —se apresuró a contestar, convencido de que realmente era así, mientras observaba cómo su prima relajaba el gesto para finalmente corresponderle con una naciente sonrisa—. Olvidémoslo entonces. Y ahora vamos a pasárnoslo bien —afirmó con suficiencia, dando el tema definitivamente por zanjado.
Katy dudó. En ningún momento había dicho que sí a la propuesta, aunque debía reconocer que le apetecía divertirse. Aún se sentía eufórica y seguía con ganas de juerga. Sabía que si se quedaba en la habitación seguiría fantaseando y tal vez acabaría bajándose las bragas, cosa que prefería evitar, así que decidió entretenerse un poco con los chicos mientras esperaba a que Mirella apareciera.
—Está bien, estoy lista —aceptó finalmente, saliendo del cuarto y cerrando la puerta tras de sí.
De camino al salón, desde donde procedía la música que ya se escuchaba claramente a la altura de las escaleras, Esteban aprovechó para observar el culo de su prima mayor zarandeándose en dirección a la cueva de los lobos, sintiendo cómo la sangre acudía a su entrepierna, reforzando su incipiente dureza, como siempre que la miraba con la lujuria que sentía por ella desde hacía tantos años.
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