Ser puta es lo mío - Parte 1

 Recordaba la vibración de las tres alarmas anteriores. De un repentino sobresalto me desperté. Abrí los ojos como platos, pero aún así no pude ver nada del cuarto, pues este se encontraba en la mitad de un viejo edificio; no tenía ventanas, a excepción de una que daba al pasillo, realmente era una excusa de ventilación. Daba algo de pena que mi cuarto rentado se asemejara más a una prisión que a una vivienda.

Mi cuerpo se sentía muy cansado, tanto que me dejé caer sobre la cama sin oponer ninguna resistencia. Sabía que ya estaba tarde para el trabajo y que debía alistarme lo más rápido posible si quería llegar a tiempo. Por alguna razón mi cabeza me estaba matando, también tenía cierto dolor en los pechos.

–¿Pechos?

Con los ojos cerrados llevé mis manos a lo que debían ser mis pectorales. Mis ojos se abrieron solos al sentir dos montañas muy redondeadas y suaves en su lugar.

De inmediato encendí una lámpara que tenía en mi mesa de noche y la apunté a la cama. No grité porque no sabía cómo sentirme al respecto.

Llevaba puesto mi misma playera solo que ahora se sentía un poco pequeña, se había levantado bastante, seguramente por el movimiento nocturno, y dejaba ver unos grandes senos.

Las toqué tímidamente, nunca antes había sentido unas. Sentí escalofríos recorrer mi tembloroso cuerpo, cuando llegué a los pezones solté un ligero gemido.

–Ah…

Allí me di cuenta, mi voz sonaba femenina.

Decidido a todo, quité las sábanas hasta mis pies, de igual modo llevaba el mismo pantalón, aunque me apretaba demasiado. Deslicé el mismo con mis suaves manos, recorrí los tersos y gruesos muslos hasta mis pies. Llevaba puesto el mismo boxer negro, no me asustó que no notara el bulto ya que de todas formas la tenía pequeña, casi 11 cm. Temí lo peor de este extraño sueño o pesadilla y me retiré el bóxer.

Adiviné lo que iba a encontrar. Tenía una concha totalmente depilada y rosada, esta parecía no haber sido usada nunca. Sentí temor de tocarla. Solía ver bastantes videos porno y creí saber cómo tratar una concha aún sin haber tocado una antes. Decidí poner esos conocimientos a prueba y bajé mi mano lentamente.

Al primer tacto mi cuerpo tembló esta vez más, los gemidos eran más hondos y mi otra mano se fue involuntariamente a mis pechos. Por ese instante deseé que ese sueño no terminara nunca.

Pronto mi mano comenzó a humedecerse y lentamente tanteé la entrada con uno de mis dedos. Siempre fui curioso del sentimiento de ser penetrada, admitía que en los videos, a veces, me ponía en el papel de las mujeres y el deseo de tener a alguien encima mío.

Pensar en ello hizo que mi entrada se dilatase, permitiendo el paso de mi dedo.

–Ay… –gemí.

Repentinamente oí el sonido del ascensor llegar a mi piso, acompañado de unas pisadas hondas y hojas de periodico siendo revisadas. Se trataba de mi arrendador. En el celular vi la fecha, hoy se vencía la prórroga.

Me levanté de la cama deprisa, apagando la luz de la lámpara y caminando despacio a mi maletín, donde guardaba mi ropa pues armario no tenía.

¿Qué iba a decirle al señor William? Se me ocurría algo, pero tenía que estar presentable. De camino pasé por el espejo de cuerpo entero que había comprado en una tienda de remates, estaba rajado por algunas partes y tenía huecos. Allí noté el soberbio cuerpo que me cargaba, complexión delgada, busto amplio, caderas anchas, muslos gruesos y un culo de ensueño.

Iba a quedarme allí admirándome, pero escuché al señor Williams hablar con otro inquilino. No sabía qué ponerme, todo me quedaba  o muy ceñido o directamente no me entraba. Cogí los jeans más grandes, una playera pequeña y encima una campera para cubrirme, no me puse ropa interior.

*Toc* *Toc* *Toc* *Toc* 

Sobresaltada y acomodándome la ropa aún, esperé a que dejara de tocar y se largue.  Con eso no tendría ninguna necesidad de salir y evitaría una situación incomodísima.

–Sé que estás ahí, Miguel. Vi que apagaste la luz cuando llegué. Abre y no me hagas perder más el tiempo.

Carajo, pensé. Respiré para calmarme tanto como podía y fui a abrir la puerta.

–Eh… Hola…

El señor Williams era el dueño del edificio. No recuerdo si tiene 60 años o más. Enviudó hace 20 años, por lo que vivía piropeando a cualquier mujer que viva en el edificio, pero ninguna nunca le hacía caso. Su apariencia era robusta y rondaba los 1.78.

–¿Hola? –me dijo, sonriendo y viéndome de arriba a abajo sin disimulo–. ¿Qué haces aquí?

–Soy la novia de Miguel –me apresuré a responder–. Él ha salido, le puedo hacer llegar cualquier recado.

El señor sonrió, adoptando una postura firme.

–Así que ese rarito por fin encontró mujer, y una muy hermosa…

No sabía cómo sentirme, pero mi cuerpo reaccionó con una sonrisa y sonrojo.

–Tu novio tiene un recado importante, ya no hay más prórroga. Me paga hoy antes de las 12pm o lo expulso a patadas si es necesario.

–No será necesario, señor. Me dejó todo el dinero para pagarle, deme un momento.

Por suerte, con los cuatro trabajos que tenía y que me dejaban muy matado, había conseguido reponer la suma de la totalidad del alquiler.

Fui a otro de mis maletines, donde había guardado el dinero. Comencé a contar para estar seguro de todo y… Me di cuenta que faltaba este mes, había hecho gastos para no morir de hambre y no los tenía registrados.

–¿Pasa algo?

Dijo el señor Williams, que había ingresado al cuarto cerrando la puerta del mismo. Allí agachado sentí algo raro, como por un sexto sentido algo me avisaba que el señor no dejaba de verme el culo. Me levanté.

–No, es solo que… Me parece que olvidó una parte… ¿Puede obviar…?

–Perdona cariño –me interrumpió–, él me ha hecho eso antes. Es la totalidad ahora o se va.

–Bueno.. Lo que pasa..

–¿Dónde vives preciosa?

–Aquí con él, me voy a mudar –dije sin pensarlo, con el fin de que me permita quedarme más tiempo.

–¿Aquí? ¿En el peor cuarto de todos? No, no… No lo permitiría… Siéntate.

Ambos fuimos a la cama y él se sentó muy cerca de mí.

–La situación está difícil ¿no? –dijo poniendo su mano en mi muslo.

Mi cabeza no soportaba. Estaba siendo tocado por un hombre y eso ¿me gustaba? Bajé la mirada sin decir nada. Algo dentro mío quería detenerlo, pero otra parte quería saber hasta dónde iba a llegar todo.

–Tú eres una nena muy preciosa, tu novio es un afortunado. No mereces vivir aquí. Te diré algo. ¿Conoces a Rudolf? El idiota del periódico, tiene arrendada mi habitación más cara, el departamento del piso 10. ¿Te gustaría vivir allí? Todo el piso para ti sola.

Comenzó a sobar mi muslo con su firme mano. Seguí temblando un poco, pero esta vez respondí.

–No tengo dinero, estoy buscando trabajo. Gracias por su oferta.

–Nadie habló de dinero, mujer. De eso ya tengo mucho. Perdonaré la deuda a tu novio y podrá quedarse aquí. Tú no tendrás que pagar nada en tu nuevo piso.

Mi reacción fue la de asentir con mi cabeza, aún cabizbaja. Ya sabía lo que iba a suceder después.

–A cambio solo tienes que ayudar a este pobre anciano.

Tomó una de mis manos y se echó un poco atrás para colocarla sobre su entrepierna.

–¿Qué dices?

Sentí su bulto y de inmediato lo estimulé. Lo vi a los ojos y solté un gemido caliente. Estaba disfrutándolo. Me sentí su mujer. Miguel quedó en el pasado.

–Sí, papi.

Me echó a la cama y se quitó  el pantalón, comenzamos a besarnos mientras yo le estimulaba el gran paquete sin que él me lo pidiera.

–Qué boquita tan rica, princesa. La quiero abajo.

Lentamente fui bajando hasta darme en la cara con su bulto, el olor era bastante fuerte. Salivaba como ansiosa por la nueva experiencia de tener un miembro en mi boca. Se la chupé por encima del boxer, sedienta, notando cómo cada vez alcanzaba un sorpresivo tamaño.

–¿Tu noviecito no la tiene así?

–No… –respondí en un gemido.

Acto seguido le retiré el boxer, su verga saltó dándome un golpe en la nariz. Saqué mi lengua por instinto, tocando su enorme trozo de carne. Estaba perdida entre su olor, las venas y la carne de la misma. Sobretodo me encendía el glande gordo del cual salían unas gotas de presemen.

Repliqué escenas de videos que había visto, dándole un beso en su glande y probando por fin el sabor de una verga. 

–He aguantado más de 20 años solo para un beso.

Levantó su cadera, introduciéndome el tronco todavía flácido. Mi reacción fue la de apartarme y recobrar el aliento, tosiendo un poco.

–¿Nunca te hizo tragar? Vaya imbécil. Vuelve a tu sitio.

No quería arruinar mi primera experiencia, por lo que fui directa a tomar su tronco y masturbarlo de arriba a abajo. Comencé a usar la boca, chupándole la punta y pasando mi lengua por alrededor. Me concentré en repetir el movimiento, tratando de que se corriera lo más rápido.

Después de unas cuantas chupadas, comencé a sentir cómo el señor Williams me tomaba del cabello y gemía hondo cada vez que sus piernas se tensaban. Podía sentir cómo su verga palpitaba dentro de mi boca.

Lo siguiente que vendría sería su inminente corrida. ¿Qué debía hacer? Chupársela me estaba empezando a dar gusto, quién diría que terminaría resultando toda una puta sumisa y fácil. Probar semen era una cosa diferente, de todos modos no dejaba de seguirla chupando. Se la sacaría para solo usar mi mano y que se corra donde quiera menos en mi boca, esa era mi mejor opción.

–UHh… quieta zorrita.

Me apartó de su verga y se puso de pie. Me tragué la saliva seminosa como toda una puta, inconscientemente ese lado tomaba mi control.

–No soy un jovencito, si me corro ahora no podré empotrarte.

Me puso de pie y me lanzó boca abajo sobre la cama. Bajó mi pantalón, exhibiendo el pedazo de culo y abofeteándolo como carne cualquiera.

A todo esto yo solo me dejaba hacer, como lo sumisa que me había vuelto.

–Me esperaba una tanga, pero no llevas nada. Me saliste más puta de lo que parecías.

Volvió a abofetearme, provocando que gima fuerte. Usó sus dedos sobre mi empapado clítoris. No lo hizo como yo, era un poco más tosco y se centraba en la penetración. Mi mente escapaba de la realidad al sentir su ingreso, tal sensación nueva y fuerte me estaba haciendo mal.

–Ah… Señ… Señor…Mmpphh…

Llegué a sentir un dedo suyo completamente dentro de mí. Gemía entrecortada y con grititos cada tanto.

–Métela… –susurré.

–Pídelo bien, putita.

–Métemela papi… La quiero sentir adentro…

Volteé a verlo y rogué. Él no se la pensó más y aproximó su glande a mi entrada, realmente tampoco quería perder el tiempo. 20 años esperando era mucho para él.

–Ahí te va, puta.

Comenzó por el glande, el cual destruyó mi himen. Le resulté virgen, eso pareció encenderlo más. porque me cogió del culo y tomó impulso.

–¡Ahhhyy!

Grité sintiendo su cabeza dentro, mi cabeza explotaba en sensaciones, mi mirada lucía perdida entre las sábanas, las cuales mordía por el dolor y placer.

–Que rico aprietas mi amor… –gimió él.

Literalmente me quebré al sentir su tronco abriéndose paso.

–¡AH! ¡MIERDA!

No la metió entera, esto porque quizá fue gentil y también porque su barriga no permitía más, ya que nuestras carnes chocaban.

Fue suficiente para decir que en mi primera vez no me iban a romper el culo. Aunque claro, luego de unos segundos de meterla, él comenzó a incrementar el ritmo.

Me levantó a la cama y me colocó en 4. Acto seguido él subió detrás mío y se cogió de mis hombros para enterrar la verga lo más que podía.

–¡Ayy papi!!!
–¡Toma putita!

Me folló por eternos minutos, donde incluso llegó a taparme la boca a causa de los gritos que estaba pegando. A esas horas la mayoría salía a trabajar, aunque también vivían parejas y no era nada raro escuchar ruidos de sexo por allí. Aún así, el viejo quería asegurarse de que nadie le malograra la fiesta.

–Ahhh… Ven aquí perra.

Me la sacó y me puso de rodillas en el piso. Él, de pie, comenzó a masturbarse con su miembro a la altura de mi rostro.

No sé por qué, pero en ese momento se me ocurrió una terrible idea. Cogí su miembro con mi mano y lo llevé hasta mi boca, metiéndola y chupándosela.

–¡Ahh perra! Ansiosa de leche…

**Ghhjjhh** **Ghhjjhh** **Ghhjjhh** 

Bastaron segundos para que comenzara a expulsar el liquido más denso que jamás haya probado.

La tragué entera sin dejar caer una sola gota.

–Vaya puta… Ahhh… Que buen sexo.

Permanecí arrodillada mientras él volvía a acomodarse y sacar algo de sus bolsillos, ya cambiado.

–Como te prometí, las deudas del cornudo de tu novio están pagadas y toma.

Lanzó un manojo de llaves a la cama donde antes me había hecho su puta.

–A partir de hoy, cada mes pasaré a cobrarte la renta. Ya sabrás cómo pagarme. Dale saludos a tu cornudito.

Salió y cerró la puerta. Quedé como un juguete aún usado y con leche en el rostro.

Me lavé la cara y tomé el dinero que había ahorrado para pagar las deudas. Cogí las llaves y fui a mi nuevo departamento. Dejé todo en el cuarto de Miguel, después de todo ya nada iba a necesitar de allí.

El departamento me encantó, tenía todo lo que había soñado, aunque le faltaban algunos muebles y detalles para mi edad, dado que antes un señor lo había usado. Lo que más me gustó fue el balcón que daba directamente a la plaza mayor de la ciudad. Por fin me sentía libre y no en una prisión.

Mi calma se vio interrumpida por un mensaje en mi celular. Se trataba de mi jefe, quería que me presente ya mismo en su despacho o estaría despedido. Sonreí. Quizá era momento de que Miguel tuviera un aumento…

Caminando por la sala me di con un espejo y vi mi rostro, me recordaba a alguien, pero no podía recordar a quién. Sin duda era un rostro que ya había visto. Acaso… Otro mensaje de mi jefe llegó y vi mi ropa, no podía ir vestida así. Era momento de un cambio de look.

Tomé todo el dinero y salí con dirección a alguna tienda de ropa femenina luego de arreglarme un poco, sobre todo el revoltoso cabello.

Mientras el taxista me miraba las tetas, pensé en lo que me pudo haber ocurrido y en mi rostro. A decir verdad, toda mi apariencia se me hacía conocida.

–Una mamada o 10 dólares –dijo el taxista.
–Tome su dinero –le respondí.

La verdad ya me estaba haciendo idea de tener algo en el coche, pero su actitud no me ayudó. Otro día sería. Salí del taxi luego de pagar.

En el mall no pasaba desapercibida. Aún con todos los coqueteos, me enfoqué en las mujeres y su manera de vestir, necesitaba vestir lo más como ellas.

No sabía mucho de tiendas, así que primero me fui directamente a una de lencería.

Error mío, pues iba a tardar más de lo que había imaginado. Tenía dos opciones, o llevaba las que me iban gustando o me llevaba todas. El problema era el dinero, y tener que elegir entre tantas era un suplicio.

Decidí solo usar una para hoy y luego de conseguir dinero ya podría darme mejores gustos. “Debo elegir una que grite lo puta que soy”, fue mi pensamiento.

Lo siguiente era comprar ropa. De igual modo decidí algo temporal, una falda y una blusa con la que casi se me vieran las tetas afuera.

Si antes ya llamaba la atención, ahora mucho más. De regreso varios chicos me tantearon, procuré anotar sus números, luego tendría tiempo para crearme un instagram.

Me dirigía al despacho de mi jefe, o bueno, el jefe de Miguel. Él no había dejado de escribirme ni de llamarme, seguramente estaría tan enojado… Saberlo solo me prendía mucho más.

Nuevamente me bajé del taxi pagando, quería dedicarle mi segunda experiencia a mi jefe y conseguir algunas monedas a cambio.

No cabe duda de que: ser puta es lo mío.






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